jueves, 13 de junio de 2013

Mikael Colville Andersen, de Copenhagenize  ( http://www.copenhagenize.com/ ), encandila al auditorio con su ponencia "La Coreografía de la Bicicleta:  Cómo recuperar nuestras ciudades . Nuestra cultura urbana puede transformarse y modernizarse a través del diseño".

Comenta algo que, no por sabido, resulta menos determinante del desequilibrado reparto modal en favor del coche: "Cuanto más espacio se le otorga al coche, más coches tendremos en circulación".

Luego, citando al filósofo Gastón Bachelard, se refiere a las "líneas del deseo". En lo referido a la planificación urbana, son esas sendas que la gente crea cuando, aplicando una elemental inteligencia, abandona el trayecto que quien diseñó el itinerario, pretendió imponer.

Esa reflexión lleva a considerar cuán numerosas son las imposiciones que, a los pobres peatones nos constriñen y complican la vida, en favor del omnipotente coche. Para que luego digan que los viandantes cruzan por donde no deben. Cruzarían por donde debieran, si hubiera lugares frecuentes y amables para hacerlo -y los semáforos, en su fase roja, no durasen la intemerata-.

Pero bueno, no me perderé en disquisiciones propias....

Colville considera, con mucha lucidez, que diseñar el espacio urbano es lo mismo que diseñar un mueble o un cepillo de dientes. El resultado final, tiene que ser útil, práctico, sencillo, y responder con eficacia a la necesidad que lo creó.

Así, los malos diseños, incitan a romper las reglas, para reestablecer el equilibrio roto o el derecho "natural" conculcado. Muchos ciclistas se saltan semáforos -en ausencia de peatones y coches-, porque perciben, de una parte, que no están perjudicando a nadie ni poniéndose en riesgo, y, por otra, que las reglas han sido establecidas pensando en el "niño bonito de la casa - léase ciudad-", el automóvil, y que para ellos solo han quedado las migajas.

Colville, a la hora de imaginar la ciudad de sus sueños, cuenta con dos inestimables colaboradores: su hija Lulú Sofía, y, nada más y nada menos que Guillermo de Ockham.

La primera, desde su tierna edad, observa su entorno con la espontánea y sincera perspectiva que su reducida talla le procura. Un día le preguntó: "Papá, ¿cuándo la ciudad se ajustará a mi tamaño?".... El experimento de proponer a los niños que sean ellos quienes diseñen la ciudad no deja de sorprender y fascinar a los adultos, puesto que las soluciones que aquellos proporcionan rebosan buen juicio, inteligencia y pragmatismo.

En cuanto a Guillermo de Ockham -!cuánto le gustaba ese autor a mi añorado profesor de Derecho Político, Andrés Ferret!-, jamás imaginé que podría resultar un monje del siglo XIII un referente a la hora de planificar las ciudades. Pero sí, ese personaje, que bien podría haber acuñado el famoso lema de John Maeda "in simplicity we trust", nos ofrece el paradigma de resolver los problemas que las ciudades ponen ante nosotros, haciendo uso de las soluciones menos complejas posibles. Algo que Lulú Sofía ha interiorizado a la perfección sin necesidad de leer a los clásicos.








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